Anoche, mientras trataba de aparcar el coche, un hombre se acercó, se plantó en medio de la plaza y empezó a darme instrucciones sobre cómo debía hacerlo y yo, que otra cosa no, pero orgullosa soy un rato, reconozco que tuve que contar hasta cinco para pedirle educadamente que continuara con su paseo y me dejara aparcar tranquilamente.
Estoy pensando en que nos pasamos la vida tratando de cambiar las costumbres de quien tenemos enfrente o de modificar sus maneras de actuar, incluso empezamos una relación sabiendo que hay cosas que no nos gustan de la otra persona confiando en que, por no sé qué efecto del amor, las lleguen a cambiar, a pesar de que sabemos, a ciencia cierta, que eso no ocurrirá y será motivo de disputa eternamente.
El asunto empieza ya en la familia ¿Quién no tiene una madre que no se rinde en su empeño por conseguir que hagamos las cosas a su manera? Que ella ya ha pasado allí y sabe que nos estamos equivocando, que, cuando tenemos hijos, ella, obviamente, ya ha sido madre y puede llevarte por el camino de la sabiduría, olvidando que, en ocasiones, a todos nos gusta equivocarnos y aprender de ello…
¿Qué puedo decir de la pareja? Que si eres demasiado dependiente, o demasiado independiente, que si te gusta acostarte pronto y a mi tarde, que si las croquetas de mi madre son las mejores… eternamente tratamos de que la otra persona piense como nosotros sin tener en cuenta que la riqueza está en la diversidad.
Estaría bien conseguir querer a los demás tal y como son, no? Tal vez… pero hombres y mujeres somos diferentes y siempre lo seremos… por eso, la noche que ganamos el Mundial, las mujeres soñaron con el beso de Carbonero, y, los hombres…. con la periodista.
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