Parece una obviedad, pero nunca me había parado a pensar en cómo reaccionaría mi cuerpo cuando todos los demás se fueran o se encontraran tan lejos que les fuera imposible acompañarme. Aprendí a que todo se mueve alrededor: trabajo, amigos, compañeros, conocidos, gente que impide que llegue el momento de estar en silencio y pensar….
Pero, al final del día, es contigo mismo con la única persona con la que rindes cuentas, la que te da fuerzas para seguir o te enseña a aprender la lección cuando te equivocaste. Es algo que cuesta aprender y que no se puede conseguir cuando uno va dejando que pasen los días o está rodeado de gente. En 2009 paré mi vida por primera vez, apreté la tecla de stop, hice balance y cogí fuerzas para seguir.
Por fin soy capaz de mirarme al espejo y reconocer mis virtudes y defectos así como mis puntos fuertes y débiles y así afrontar el día con una sonrisa. Por fin hago lo que quiero y tomo mis decisiones sin pararme a pensar en lo que desean u opinan el resto y así por fin encontré mi fortaleza, dentro de mí, por primera vez, y no en otra persona.
Siempre dije que es duro no tener raíces, ir de un lado para otro y tener que conocer a gente nueva continuamente, llegar a grupos consolidados y pretender que cuenten contigo… al fin entendí que debo contar conmigo y que los demás son una compañía, imprescindible, pero una compañía, que no puede interferir en mi felicidad o tristeza. De esta manera también he aprendido a querer, a aceptar a los demás tal y como son y a llevarlos conmigo, sin juzgar, sin molestarme porque me critiquen o no piensen como yo, y así, por fin, puedo decir que conseguí ser feliz.